domingo, agosto 09, 2009

La taza de te china



La versión de la historia que recibí dice que los chinos hacen de tomar el te una ceremonia de acogida, fraternidad e intimidad. Que para ello usan finas tazas de porcelana con las que agasajan a sus invitados. Como son piezas extremadamente delkicadas, ocurre que alguna de vez en cuando se quiebra. Cuando tal cosa ocurre, su dueño recolecta todos los pedacitos, hasta el más minúsculo, y reconstruye la taza como si fuera un rompecabezas, uniendo las piezas con oro.
Cuando su trabajo se ha terminado, la taza reparada puede servir nuevamente para tomar te y es asignada siempre al invitado a la ceremonia. Por cierto, esa taza, por su contenido de oro, es físicamente la más cara. Pero el verdadero valor no está en el oro, sino en el trabajo y la dedicación del dueño de casa que la reparó, y en el mensaje que ella contiene. Al ser reparada, la taza aumenta su valor.



¿No ocurre lo mismo con nosotros,que tras ser golpeados y quebrados por los vientos y vaivenes de la vida, hemos de ponernos de pie y repararnos con invisibles hilos de oro? ¿No somos más grandes luego de atravesar una crisis, una desgracia, un dolor, una angustia? Eso que ofrece el dueño de casa chino, ¿No es lo mismo que ofrecemos nosotros cuando redimimos nuestras quiebras haciéndolas servicio, acogida, acompañamiento, comprensión para quienes se encuentran en el valle de las sombras de muerte, en la oscura noche del alma?




Los de las fotos son niños de una población marginal. Y de los más quebrados entre ellos. ¿Se nota? No a simple vista. Sus risas, sus saltos, su entusiasmo, son el hilo de oro con que han sido reparados. Nunca serán los mismos, pero pueden ser aún mejores. Su inocencia ha sido quebrada; sus derechos, conculcados; su fe, barrida; su autoestima, aplastada; su confianza, disuelta. Y mírenlos ahí, saltando bajo el sol, al lado del mar, riendo a cara llena, con los ojos brillantes de entusiasmo, de alegría, de infancia. Niños como cualquier niño. Niños como quisiéramos que fueran todos los niños.
Porque alguien que los vió, se acordó de Gabriela, se inclinó ante ellos y honró su humanidad y la de ellos con cálidos hilos de amor. Y haciéndolo perdió su vida. Y perdiéndola, ganó la Vida para siempre.