miércoles, junio 25, 2014

Paz, encuentro, evolución, sentido

Este es un mail que recibí de Carolina Grekin Garfunkel, "amiga de facebook". Quise inmortalizarlo en mi blog, porque me pareció digno de ser difundido. Una mirada muy aguda y elegante a la encrucijada de nuestro tiempo; y, por ello, también inspiradora. Muchas gracias Carolina.




Esta es una caricatura en extremo interesante. 

Una sociedad "square" no puede pretender que camina hacia la paz, porque entiende a la paz sólo como ausencia de guerra, tal si se tratara de un estado inerte, sin el entretejer de fuerzas opuestas que caracteriza a lo vivo. Una sociedad square solo quiere proteger sus límites, el statu quo.
No corresponde que aspiremos a la paz de los cementerios si es que entendemos que la evolución es la ley de la vida. Hemos de aspirar a la paz como el estado de equilibrio inestable que, en verdad, es. Las divergencias entre los seres humanos provocan algún grado mayor o menor de caos que hemos de aceptar y agradecer como una suerte de oportunidad para que la evolución pueda desarrollarse. Esto requiere de una sociedad, de una cultura que se va construyendo hacia el amor, el amor por la naturaleza, por los seres humanos, por la vida, por la diversidad. Una sociedad que estimula la creatividad y se abre con asombro y gratitud ante las múltiples y diferentes manifestaciones del espíritu. Una sociedad que puede imaginar círculos, además de cuadrados. ¿Cómo se trabaja hacia ella?

Lo que llamamos "cultura" es la trama de pensamiento, sentimiento y voluntad plasmada en ciencia, arte, religión y todas las demás manifestaciones del ser humano. El estado de la cultura, en estos momentos del devenir de la humanidad, es el reflejo, por una parte, y el motor, por otra, de lo que nos está ocurriendo interiormente... y de lo que seguirá ocurriendo para peor, o para mejor. Si nada hacemos, será para peor; si hacemos lo correcto, la humanidad entera dará un salto cualitativo. ¿Y qué es lo que tenemos que hacer? Pienso que, para empezar,  aprender  a mirarnos a nosotros mismos con honestidad; dejar de contarnos cuentos y aceptar que nuestros motivos para actuar están teñidos de egoísmo. Aprender a reconocer en nosotros los fuertes impulsos destructivos que nos alejan de lo que es bueno y correcto; darnos cuenta que ni siquiera tenemos claro ni deseamos empaparnos de lo que son los ideales que nos harían desear movernos hacia el bien y la verdad. Reconocer que la sociedad, en su enfermedad, nos muestra aquello que vive en cada uno de nosotros. Dejar de criticar al otro y comenzar a cambiar uno mismo. Autoconciencia, vocación hacia el bien y la verdad, respeto y tolerancia hacia el otro y por la diversidad, compasión con el desposeído y el vulnerable, capacidad de perdonar.

En una sociedad square el hombre mejora para sí mismo. En una sociedad donde podemos acoger el círculo, cuando un ser humano adelanta, adelanta toda la sociedad.

Esta caricatura nos invita, por ejemplo, a remitirnos a la imagen que en el siglo XV (antes de 1492) se tenía de la Tierra: cuadrada. Y entonces, se entiende que pensaran que se llegaba a un determinado lugar en el océano, después del cual solo quedaba enfrentarse al abismo. Eso frenaba el afán aventurero de surcar los mares más allá de lo conocido. Un globo terráqueo redondo no te lleva a crear tal imagen; por el contrario, te invita a extender tus alas. Te invita a expandir tus límites y a mirar el mundo como un todo integrado. También te invita a pensar la libertad y la responsabilidad. La libertad es un "ir siempre hacia"; no es una condición congénita y permanente como sí lo es el "libre albedrío": hay que desear caminar hacia ella. Una mente cuadrada no puede siquiera concebir tal cosa. Una mente square solo puede concebir el statu quo como objetivo que debe ser defendido a toda costa y la paz, por consiguiente, como mera ausencia de guerra (en tanto el respeto de los límites no sea cuestionado). 

domingo, abril 27, 2014

De profesor a maestro integral

Tal es el nombre de un seminario ofrecido a todos los profesores de la Facultad de Educación de la Universidad Mayor, basado en la intuición de que el modelo educativo ha de ser profundamente transformado para que pueda satisfacer las necesidades de los individuos y sociedades del futuro inmediato.
Y como los encargados de hacer realidad ese modelo en el aula son los profesores, entonces el proceso de transformación pasa por ellos, por sus maestros, por quienes le dan el soporte en las distintas áreas y dominios de este complejo mundo.

La tercera clase fue extraordinaria, pues en ella han empezado a asomar las resistencias. Como dice un viejo refrán: "Todos quieren ir al cielo, pero nadie quiere morir". Y, en el paradojal modo de  enseñanza atribuido a Jesús: "el que quiera salvar su vida la perderá; y quien la pierda, la ganará".

La educación es uno de los temas, creo, al que más pensamiento se le ha dedicado y se le dedica en el presente. Es un modelo cognitivo, se basa principalmente en la racionalidad, se piensa y corrige a sí mismo desde la racionalidad.

La tarea de los facilitadores del seminario es proponer una ampliación más compleja de la experiencia humana, que incluye, además de la racionalidad, al propio cuerpo y a las emociones. Su objetivo, en esta etapa del proceso, es hacer visibles los procesos emocionales y corporales que acompañan e interactúan con el aspecto lingüístico, racional. De cómo el lenguaje, más que dar cuenta de la realidad, la está creando momento a momento y, a partir de ahí, abrir la posibilidad de percibir enormes oportunidades, hasta ahora ocultas, para transformarlo todo.

Los participantes de este seminario, personas fantásticas que han abrazado la vocación de formar a formadores, han reaccionado de diversas maneras. Algunos callan, probablemente buscando entender de qué se trata este evento poco convencional. Otros lo fustigan desde el modelo en el que están acostumbrados a desenvolverse. Ambas reacciones son extraordinariamente positivas, en la medida en que quienes las detentan las puedan observar y preguntarse desde qué experiencia emocional surge su respuesta. Esa es la verdadera materia de este curso: hacerse conciente de las estrategias adquiridas a lo largo de la vida, casi desde el mismo inicio, de los incidentes vitales que las provocaron y de cómo ellas constituyen una zona cómoda de la que cuesta deshacerse, dado nuestro universal apego a las certidumbres.

La propuesta es que navegamos por vida con mapas que nos fueron entregados por la gente en que confiamos, con parches y enmiendas añadidas en el devenir de la vida. Que esos mapas no han sido sometidos a ningún escrutinio racional pero, al ser lo único con lo que contamos, nos aferramos a ellos co,o si representaran cabalmente la realidad de los territorios por los que nos desplazamos, incluyendo a nosotros mismos. Estos mapas tienen la forma de un relato, una historia, porque vivimos en mundo explicados lingüísticamente y los sellamos en plena autoridad con frases como "así es la vida", "así soy yo".

Cada frase iniciada con un "yo soy" es una relato interpretativo de uno mismo. Procede de fuentes lejanas una vez llenas de autoridad (padres, hermanos mayores, profesores) y de conclusiones propias obtenidas de la observación de nuestras respuestas en episodios particularmente fuertes de la experiencia del vivir.

Descubrir esos mapas, que no son sabiduría más que en el sentido de que pueden ser mapas compartidos al interior de una cultura o sub-cultura, tanto del mundo como del yo que observa e interactúa con el mundo, es la fuente de la transformación.


Una reflexión adicional acerca de la transformación. Estamos usando el término buscando una clara diferenciación con cambio. Por cambio entendemos todas modificación conductual acontecida al interior de un paradigma o creencia. Transformación, por su parte, es un reemplazo de creencia o paradigma, que tiene por consecuencia la visualización de un conjunto de conductas invisibles o imposibles desde el paradigma anterior. Por ejemplo, si digo "yo soy tímido", todas las acciones relacionadas con la valentía, el coraje, el riesgo, aparecen como apenas visibles y casi siempre imposibles. La transformación consiste en darse cuenta de ese relato, esa creencia, de cómo ella fue adquirida y para qué, de cómo ella ha seguido operando a lo largo de nuestra vida (cuando ya no era más necesaria - no como única opción, al menos) constituyéndose a menudo en un lastre que resta posibilidades para nuestra propia realización. Es darse cuenta de cómo reaccionamos corporal y emocionalmente ante la sola idea de remplazar el viejo relato por uno nuevo. Es vencer las propias resistencia y hacerlo de todos modos hasta que, como era usual en nuestra infancia, el nuevo comportamiento era manejado con la soltura y relajación de una zona cómodo cada vez más amplia.

Responder honestamente a la pregunta "¿Cuándo fue la ultima vez que hiciste algo por primera vez?" probablemente nos lleve a darnos cuenta de cómo la flexiblidad infantil se fue rigidizando en el tiempo.

En la tercera sesión hubo de todo: silencios cautelosos, resistencia activa y, al final, una participante que vio claramente una creencia limitante. Vi empañarse sus ojos cuando eso ocurrió y, un minuto después vi en su mirada el brillo de las nuevas posibilidades. No es la primera vez que lo veo, pero cada vez que ocurre, me invade un profundo sentimiento de gratitud.

La metáfora que más sentido me hace para todo este emprendimiento es la clásica "Travesía de los Héroes", motivo clásico de la literatura que no hace más que representar la infatigable búsqueda humana por el sentido y el significado de la propia vida. El resultado final del viaje es la transformación del héroe. Y ella redunda en la transformación de su mundo.

viernes, abril 11, 2014

Desafío de nuestro tiempo.

Ser, hacer, tener - ¿Cómo barajar el naipe?

Que vivimos una era de profundos cambios, nadie lo niega. La pregunta hoy es cómo explicar esos cambios del modo más conveniente para enfrentar y resolver los ingentes problemas que afectan a la familia humana en su conjunto.

Yo pensaba que este cambio que nos toca sería el paso de la Modernidad hacia otra etapa, tal como la Modernidad sucedió a la Edad Media. Sin embargo, al leer La Ontología del Lenguaje, de Rafael Echeverría, encontré mucho sentido a la idea de un cambio más profundo, que implica la quiebra del paradigma sobre el que se apoyó Occidente desde la Antigüedad grecorromana, pasando por toda la Edad Media y la Modernidad, y que él llama “deriva metafísica”. Un paradigma que explica al realidad como un dualismo entre lo visible y lo invisible, cuerpo y alma, física y metafísica. Los ideales platónicos, que representan a esa realidad invisible de conceptos abstractos, serán transferidos al cristianismo que dominará Occidente por mil años, y aún a la Modernidad, que tomó la idea de los conceptos abstractos y la desarrolló hasta el paroxismo, con evidente éxito en el desarrollo científico y tecnológico.

La propuesta de Echeverría elimina el dualismo y explica  la realidad como algo inaccesible objetivamente, que sólo es explicado por el hombre en su triple experiencia de corporalidad, emocionalidad y lenguaje. Tales explicaciones van cambiando con el tiempo a medida que nuevas necesidades surgen de esta progresivamente compleja relación entre hombres y realidad, en donde lo que realmente se modifica es el ser, quien al explicar la realidad también se explica a sí mismo como parte de ella. De ahí, Echeverría utiliza el término “devenir del ser”. Como yo lo entiendo, devenimos en nuevas explicaciones de nosotros mismos constantemente, lo que nos abre a nuevas posibilidades de acción al mismo tiempo que invisibiliza otras.

La explicación objetivista de la Modernidad tampoco resuelve los viejos interrogantes y angustias de la humanidad; en su creciente complejidad se va haciendo impotente para responder las nuevas preguntas, como las que surgen de la observación científica de microcosmos y macrocosmos, que parecen desentenderse de las explicaciones lineales newtonianas.

Estamos en un período intermedio, la Modernidad ha sido superada, pero el nuevo paradigma está lejos de consolidarse. Más aún si el afectado es más profundo que en los recientes cambios de era. La sabiduría sólida de antaño se disuelve ante nuestros ojos; la verdad monolítica de siglos flamea hecha jirones, castigada por los vientos de los tiempos. Surge la confusión, la humanidad se polariza en dos opciones igualmente perjudiciales: los fundamentalismos que operan como avestruces, hundiendo al cabeza en terreno conocido para no ver la realidad exterior, pretendiendo mantener a salvo las “verdades incorruptibles” en espera del retorno de la cordura, y los liberales a ultranza que se refugian en el individualismo, en la búsqueda de la propia seguridad vía el hedonismo consumista, los escapes químicos, los excesos sensoriales, con un tono fuerte de individualismo. O sea que las dos fuerzas esenciales del desarrollo humano: la sabiduría para conservar lo bueno alcanzado con los siglos y la audacia para buscar con denuedo formas de mejorar lo existente, se convierten en caricaturas de sí mismas.

Todo ello sirve de trasfondo para una humanidad que, sin embargo, sigue cada día buscando resolver los mismos problemas básicos de siempre: abrigo, alimento, protección, crianza de los hijos, etc. Como la Modernidad sigue siendo fuerte – y lo será todavía por un tiempo más (“es un monstruo grande y pisa fuerte”), seguimos confiando en nuestra capacidad tecnológica (o nos refugiamos en ella a falta de otra alternativa confiable) y vivimos preguntándonos qué hacer, para resolver todo tipo de problemas, de forma y fondo, los del día y los de los tiempos. Ante la evidente crisis global que nos afecta y que abarca casi todos los campos esenciales de la experiencia humana, sentimos rondar el perfume del fracaso como especie, al punto que nuestro valor esencial y hasta nuestra descripción de nuestro propio ser quedan supeditados al éxito de nuestro comportamiento, desde el más trascendente al más trivial.

Es posible ver cómo todo ello afecta a lo que hemos considerado más esencial en nuestras estructuras sociales: la familia, la industria, el país, hasta llegar a la humanidad toda. Me parece que este enfoque desmesurado en el hacer está contribuyendo a mantenernos en la oscuridad, dando vueltas sobre los mismos ejes, extendiendo y profundizando las crisis. Nos hemos convertido en una cultura reactiva, donde cada uno, persona y empresa, busca enriquecerse, pensando que en la acumulación está la seguridad.

Tal vez sea el tiempo de generar una tercera opción de humanidad. Una que vaya a las fuentes originales, que trascienda la pregunta por el hacer y, primeramente se aboque a recuperar sus sueños. ¿Qué es lo que verdaderamente queremos tener? ¿Cuál sería nuestro sueño más ambicioso si no tuviéramos miedo? ¿Qué haría de nuestra vida una experiencia épica por la que valiera la pena levantarse cada mañana?

Necesitamos sueños, porque esa es nuestra  magia, tal es nuestro poder: convertimos sueños en realidades. Si hoy resucitara un ciudadano de la primera mitad del siglo 20, seguramente moriría de la sorpresa de ver que casi todo lo que en su tiempo era ciencia ficción y fantasía hoy son artefactos de uso cotidiano.

Aventados por nuestros sueños, aún postergamos la pregunta por el hacer, para no caer nuevamente en la tentación de validar nuestro ser mediante nuestra acción. Eso es seguir la pista de la deriva metafísica. Me “descubro” a mí mismo al ver los resultados de mis acciones. Si nos montamos en el paradigma del devenir del ser, podemos guiar nuestro destino: seremos quien se requiera para alcanzar nuestros sueños. Somos una compleja interpretación de nosotros mismos, no algo sólido, firme, inmutable, pero semiescondido que es necesario descubrir. Esa compleja red interpretativa la hemos ido tejiendo desde la adquisición del lenguaje, fijándolo en nuestro modo de ver el mundo con el poder de las emociones y desplegándolo en nuestra presencia corporal en el mundo mediante la actividad. Por supuesto, todo lo que he estado diciendo es también un modelo interpretativo, no es “la verdad”. Mi punto es que si adoptamos sincera y profundamente ese modelo interpretativo, ponemos los bueyes delante de la carreta. Hacemos cosas coherentes con quienes somos, y somos lo que sea necesario para alcanzar nuestros sueños. Asumo el devenir y lo impulso hacia adelante, recupero el sentido épico de la vida. Es mi creencia también, que en esa descripción  del ser necesario para alcanzar los sueños, habrá algunos componentes fundamentales, como el valor de la comunidad, de la vida como un todo (todo el planeta como un ser vivo del que somos parte), la valentía para atravesar los miedos, la honestidad, el compromiso, el amor incondicional, para iniciar una lista que podemos completar entre todos.

Y escribo esto pensando en ese grupo de muchachos noruegos, reunidos en un campamento de verano, para jugar y reír como jóvenes, y también para pensar cómo hacer de su bello país un lugar aún más acogedor para la humanidad, que son acribillados por un ciudadano tan enloquecido como para no ver la belleza que lo rodea, tan aislado como para no apreciar la vida que florece a su alrededor. Hemos de ser soñadores comprometidos y valientes para impedir que los terroristas nos encierren en la autodefensa individualista y seguir adelante en nuestra determinación de vivir plenamente la vida.

Lo mismo vale para la empresa, que puede trascender su condición de lugar de trabajo para generar el dinero que cada individuo necesita para su propia subsistencia alineándose con el gran sueño de una humanidad renovada y madura. El conjunto humano que constituye una empresa puede hacerse preguntas más ambiciosas ¿Cuál sería un sueño enorme para todos ellos, uno que les devolviera el sentido épico a su existencia comunitaria? ¿Cuál sería su aporte a la humanidad, a su país, ciudad, barrio? Hoy las visiones van por el lado de ser la más grande, ser la mejor, etc., entregadas al paradigma de la escasez y la lucha por la sobrevivencia. ¿Qué tal si optáramos por la abundancia, la generosidad, la vida plena, sin renunciar, por supuesto, a la sustentabilidad? Y si fuéramos capaces de generar esos sueños compartidos al interior de las organizaciones, entonces la siguiente pregunta sería, nuevamente, ¿quiénes requerimos ser para alcanzar esos sueños? En un ambiente así, la transformación profunda se hace posible. Cómplices en el lenguaje, nos despertamos unos a otros cada vez que volvemos a los pilotos automáticos del miedo, el individualismo, la supervivencia. Y no lo hacemos desde la moral de los iluminados, ni para demostrar que somos mejores que el otro, sino desde el sueño compartido, desde la posibilidad sentida de un mundo más humano, de una vida experimentada en plenitud.

Los verdaderos líderes no suelen tener programas de acción. Saben dónde van, lo comunican con valentía, enrolan a otros en sus sueños. Las acciones surgen de los sueños y de las propias definiciones del ser. Cuando se sabe quien se es, y se es honesto con ello, no es posible generar acciones incoherentes. Vemos en los “indignados” que se manifiestan hoy públicamente en diversos lugares del planeta, la recuperación de sueños y, con ellos, la recuperación de la ciudadanía. Ciudadanía que nadie les arrebató, hay que decirlo, sino que ellos mismos entregaron para encerrarse en el individualismo, en el hedonismo, en el consumismo o en el fundamentalismo. Para ser un movimiento de brillantes posibilidades, los indignados hemos de ser, primero que nada, profunda y alegremente autocríticos. Y digo alegremente, porque la autocrítica no es para mancillarnos, ni humillarnos, sino para limpiarnos y prepararnos para el nuevo escenario.

jueves, marzo 06, 2014

Reflexiones sobre la educación para el mundo nuevo

En una jornada de reflexión en la Facultad de Educación de la Universidad Mayor, como fruto del interesante diálogo allí sostenido, me vino a la mente la siguiente pregunta: “¿Cómo prepararía yo a mis hijos si tuviera que enviarlos a un mundo completamente desconocido?”

Teniendo el privilegio de haber vivido ya más de 6 décadas, soy un testigo de los portentosos cambios experimentados por mundo en ese lapso, en una dinámica de creciente aceleración.

Porque estoy convencido de que mis hijos, al tomar el control autónomo de sus vidas, lo harán en un mundo que hoy nos es desconocido.

Nuestro modelo educativo actual fue un acto valiente y trascendental para asumir la realidad de un mundo nuevo que emergía a partir de la revolución industrial. Tomaron de ella nuestros ancestros los elementos que les parecieron más relevantes y construyeron ese modelo que Ken Robinson describe con tanta elegancia. Su tarea, sin embargo, no fue tan titánica como la que nos convoca hoy: no había una estructura ni un programa educativos tan complejos como el actual, no era tanto lo que había que deconstruir. Lo que había, sí, igual a hoy, era un escenario profundamente transformado.

La complejidad del modelo educativo actual, las enormes estructuras que importa, hacen que muchas personas se sientan dependientes de él para su propia supervivencia, en todos los planos. Es su zona cómoda, y la inercia, bien sabemos, nos lleva a permanecer dentro de esa zona, aunque ya no nos brinde los beneficios originales. “Más vale diablo conocido que santo por conocer” para ser la creencia sustentadora de esa zona cómoda. Importa destacar, aunque sea ya un lugar común, que la zona cómoda no es necesariamente “cómoda”. Vivimos con desagrados que se repiten incansablemente como un patrón, y no hacemos nada por cambiarlos porque ellos, de alguna manera difícil de explicar para mi,nos proporcionan seguridad. Tal vez debería llamrase “zona segura”. Y aunque podamos entender que el vivir puede ser cualquier cosa menos seguro, seguimos aferrándonos a esa falsa seguridad como un náufrago a una tabla. 

Un mundo nuevo es una red de relaciones que se apoya en creencias y paradigmas nuevos. Esas nuevas creencias generan nuevos comportamientos. Esos comportamientos son la parte visible del mundo. El motor oculto de esas conductas son las estructuras de creencias o paradigmas subyacentes.

Las estructuras verticales, basadas en las creencias religiosas de antaño, que se imaginaban (y construían) a las sociedades humanas como pirámides en las que el poder se ejercía con mayor o menor violencia en forma vertical, de arriba a abajo, están siendo reemplazadas exitosamente por redes de relaciones basadas en la confianza y unidas por propósitos comunes. Una educación vertical no prepara a los niños y jóvenes para integrarse con soltura y confianza a esas redes. Un mundo en el que la información está disponible en forma gratuita o a muy bajo costo y en gran abundancia, no necesita replicar su almacenamiento en la memoria humana; necesita la habilidad para encontrarla, seleccionarla, relacionarla y aplicarla.

Nuestros hijos estarán en ese mundo poco conocido. Algo sabemos de él: que es horizontal, es decir, el poder se comparte y emana del significado, de los propósitos de las sociedades humanas. Las personas se mueven empujadas por sus sueños comunes y no porque alguien les manda a hacerlo. La información está disponible y es abundante y cada día se crea más y más. El dinero va perdiendo su valor intrínseco y empieza a ser considerado sólo un medio (y, si atendemos a Zeitgeist) es probable que aún evolucione mucho más nuestra idea (y con ello, nuestro comportamiento) respecto de él. La curiosidad, el gusto de aprender serán claves esenciales para triunfar en ese mundo, así como la capacidad de establecer relaciones de alta confianza. Tendremos que desaprender aquello de que lo bueno es el éxito y volver a la idea de que lo que verdaderamente nos enseña es el error. El temor a fracasar es probablemente uno de los frenos más formidables para el desarrollo humano, individual y colectivo. Es uno de esos miedos que nos encierra en la zona cómoda y nos hace seguir haciendo siempre más de lo mismo, aunque sus resultados sean pobres.

La nueva educación implica un cambio de paradigmas que debe partir en el hogar, para luego replicarse en el colegio. Hay que dejar de pensar a los niños como “proyecto a futuro” y considerarlos en toda su riqueza presente en cada niño. Tendremos que dejar atrás al “paidagogos (ese esclavo que llevaba a los hijos de su amo, por la fuerza si fuere necesario, ante el preceptor) y recuperar el verdadero sentido de “edúcere”, ese verbo maravilloso que parte de la aceptación del niño como una semilla con todo el potencial para ser un gran árbol y acompañarlo en el proceso en que se descubre y desarrolla a sí mismo.

Hemos de dejar de considerar al profesor como el sol en torno al cual giran los niños como planetas sin luz propia, girando al ritmo del verbo esencial de la educación convencional - “enseñar” - y aceptar que sean ellos los soles que iluminen el aula con sus preguntas, sus juegos, sus desafíos, acompañados por un facilitador que les sugiere caminos, que les abre espacios para esos descubrimientos singulares, que los respeta, admira, quiere; que se regocija con sus triunfos, que los anima cuando se decepcionan, que les hace ver cuando se hacen trampa y se sabotean a sí mismo. En suma, que confía en ellos y en su potencial desde lo más profundo de sí mismo. Esto, ciertamente, no es una cosa de hacer. Esto no se puede fingir. El profesor ha de ser el modelo para los niños. Ël mismo ha de rescatar a su niño interior: alegre, entusiasta, confiado, apasionado, dúctil, paciente, empático, poderoso, comprometido, amoroso, libre, dispuesto a intentarlo una y mil veces hasta que logra que quiere, un aprendiz permanente, una obra de arte en constante autorrealización.

Si logramos esto en esas dos instituciones fundantes, hogar y colegio, pronto las organizaciones habrán de seguir el mismo patrón. Ya no necesitaremos jefes (y vemos cómo lo han entendido las empresas que lo están practicando) sino facilitadores de procesos de interacción en comunidades de aprendizaje y trabajo. Y estoy usando con toda intención la palabra “comunidades”, porque los equipos de tarea corresponden al mundo viejo, siempre orientados al hacer, con mínima atención a los seres involucrados en ese hacer. Personas encendidas por la pasión que les provoca un propósito compartido, unidas integralmente para llevarlo a cabo, entendiendo que los hacedores son, primeramente, seres; y que es desde el ser donde se origina todo hacer.

La educación actual es un aparato diseñado para someter. La del mundo nuevo será una educación para la libertad, como profetizara María Montessori hace ya más de un siglo; será una donde lo que el profesor diga en el aula será considerado lo menos importante, como declarara a su vez Rudolf Steiner, sino quien es él, qué tipo de energía derrama sobre los niños para invitarlos a encender sus propias luces.

La educación actual estandariza; la nueva, singulariza. El estándar es pura apariencia, obliga a fingir, lo que finalmente se traduce en la más brutal incomunicación y soledad. La singularidad libera, sincera las relaciones, invita a compartir y coordinar, genera comunicación de alta calidad, creatividad, innovación. 

Estamos invitados a crear el mundo nuevo. Es lo que somos como especie: la única (que yo conozco, al menos) que sueña y no se detiene hasta que hace realidad sus sueños, la única que logra vencer sus miedos con la curiosidad. Con esa habilidad fue que conquistó el fuego, asesino poderoso del que todos los seres vivos huyen despavoridos.

Ese hombre tan antiguo, el que vio en el fuego una oportunidad; ese niño curioso, explorador, creativo y porfiado que todos llevamos dentro (no está muerto, sólo duerme); es el que tenemos que rescatar. Ese es el poderoso creador de mundos nuevos. En ese tengo que transformarme, si en verdad quiero preparar a mis hijos para ir a un mundo desconocido.