Voy a comenzar este artículo cometiendo una imprudencia casi imperdonable: voy a citar una fuente cuyo nombre no recuerdo. Pero la historia que me contó viene tan a cuento del tema que quiero compartir, que lo haré de todas maneras. Se trata de un siquiatra chileno, que dedicó muchos años al tema de la droga, tanto en su práctica privada como en su voluntariado en la comuna de Peñalolén, quien hace ya hartos años me compartió la siguiente tesis, fruto de su experiencia en el tema.
Y es más o menos así: Hay una droga madre, y una infinidad de drogas periféricas. Cuando el suministro de droga madre es abundante, las periféricas representan niveles minúsculos de consumo. Lo que vemos en estos tiempos es una proliferación delirante de drogas periféricas, en una gama que va mucho más allá de lo que estamos acostumbrados a ver, de manera que a las conocidas marihuana, cocaina, éxtasis, heroína, tabaco, alcohol, hay que agregar los fármacos antdepresivos, estimulantes, los suplementos alimentarios para reducir grasa o incrementar masa muscular; y más aun, todo tipo de adicción añade más formas de drogadicción, como el trabajolismo, la exploración obsesiva en internet y cualquier actividad a la que se dedica tiempo en cantidades extremas, desatendiendo otras áreas importantes de la vida.
Habiendo aclarado esto, para que algunos ya bajen el dedo acusador (el que esté libre de adicción que lance la primera piedra), nos damos cuenta de una proliferación gigantesca de drogas periféricas. Esto significa, según la tesis de este buen doctor, que hay ausencia de la droga madre. Pero ¿Cuál es esta droga madre? Aquí viene la parte más interesante de su tesis. La droga madre, de la que todos hemos consumido a lo largo de nuestras vidas de modo habitual y regular todos los días, directa o indirectamente, es... ¡el Estado!
En efecto, desde el vertiginoso advenimiento del modelo de mercado, su entronización en la cultura no sólo ha sido posible por sus virtudes propias, sino también por una prédica constante de descrédito del Estado en todas sus formas, ejecutiva, legislativa, judicial, empresarial y contralora, y su constante y acelerada reducción de presencia e ingerencia en las vidas de los ciudadanos. Y las fuerzas siguen en la direccion de presionar aún más sobre su reducción.
¿Qué nos daba el Estado, aquel poderoso gigante omnipresente? Básicamente una convicción acompañada de emociones positivas: la certidumbre. Aprendimos a necesitar la certidumbre y nunca tuvimos suficiente de ella. Frente a las incertezas que siempre nos plantea el mañana, este gran papá nos proveía de certidumbre. No nos decía que las cosas iban a ser muy buenas, pero sí sabíamos cómo iban a ser: certidumbre.
El modelo de economía de mercado es todo lo contrario, nos mueve precisamente en la dirección contraria, hacia la incertidumbre. Y ella, dada la costumbre en que habíamos vivido toda la vida, de contar con la certidumbre acerca de nuestro futuro, se nos hace insoportable. Y entonces, como una forma compensatoria, surge la explosión de adicciones de drogas periféricas.
Y no deja de haber en todo esto una importante paradoja, porque no importa el tamaño ni el alcance del Estado, ni de cualquier otra institución, la realidad concreta es que la vida es incierta. Asi que estos cambios han tenido la virtud de ponernos más alineados con la realidad. El problema es que no la soportamos, no la queremos, y nos vamos a refugiar en otras adicciones – químicas, afectivas, conductuales – para no verla.
No está mal ¿Ah?
Creo que nos da un marco para analizar responsablemente el tema. ¿Por qué se da tan intensamente el consumo de tabaco, alcohol y drogas en los jóvenes? ¿Por qué mis hijos? Se preguntarán algunos padres, con razonable angustia. Esas preguntas, sin embargo, parecen proceder de unos padres que están siendo víctimas de circunstancias incomprensibles y que ciertamente sobrepasan su capacidad de acción. Pero a la luz de la lista larga de drogas ¿No estaremos nosotros mismos proveyendo a nuestros hijos de un contexto en el que la adicción y el individualismo son expresiones “normales” de la convivencia? ¿Cómo nos afecta a cada uno la experiencia de la incertidumbre?
Creo que esta última es la pregunta clave, porque si la incertidumbre es una de las pocas realidades estables de la vida, aprender a vivir con ella es esencial para aprender a vivir. Educación para la incertidumbre me parece un eslógan apropiado. Y en el último párrafo, e incorporado al individualismo porque se conecta viciosamente con el tema. La incertidumbre está conectada en nuestra cultura al temor; y el temor rápidamente se perfuma de desconfianza. El otro se transforma en una amenaza potencial que tengo que neutralizar, cosa que hago replegándome hacia mi interioridad, a mi círculo más privado, desconectándome de los demás. El modelo de mercado nos puso en el escenario correcto: la incertidumbre, pero nos ofreció el evangelio espurio del individualismo, de la competencia brutal y de la codicia santificada. ¡Lo asombroso es que haya que gente aún no se droga en este contexto!
Así que, como suele suceder, la solución empieza por casa. ¿Cuál es el contexto que estoy creando? ¿Quién estoy siendo en mis círculos de relaciones, desde la familia hasta la sociedad? ¿Quién necesito ser para que la incertidumbre sea la fuente oportunidades, el despertador de conciencia, el poderoso enfocador, el gran cable al presente que puede ser?
Y desde allí recién podremos pensar y decidir que hacer en el contexto del colegio. Todo acto conlleva consecuencias, si no son inmediatas, lo serán a más largo plazo, pero esta es una ley de la vida que no puede obviarse. Cuando hacemos la vista gorda y dejamos que los actos no tengan consecuencias, estamos acumulando nubes de tormentas futuras. Nuestros hijos no aprenderán a ser solidarios si nosotros no les mostramos el camino con el propio ejemplo. Tampoco aprenderán a rechazar las adicciones si reciben de nosotros poderosos mensajes contradictorios. Tenemos importantes desafíos por delante, porque estamos hablando de responsabilidades indelegables. El hogar es el 80% de la formación, no podemos pretender que el 20% se haga cargo de toda la carga. Y en esta materia (no se en cuál no, en realidad) el discurso tiene poco o nulo valor. Nuestras acciones vociferan. Es el tiempo de reasumir el liderazgo. Y el liderazgo consiste en ser ahora la realidad que queremos vivir mañana. Cuando un niño fracasa, cuando ua familia se derrumba, cuando una guía no alcanza los niveles de excelencia, la tristeza debería inundar a toda la comunidad, porque todos, de un modo u otro, hemos fallado. Eso es responsabilidad. Apuntar con el dedo es victimización. Tenemos que encontrar la forma de ir por todo: celebración y aprovechamiento de la incertidumbre y, al mismo tiempo, construcción y potenciación de comunidad. ¿Cómo hacerlo? Conversémoslo.