Confesiones de un inmigrante asumido, un intruso en el mundo digital, un experto en exclusiones, dispuesto a hacerse un lugar en un mundo que se desliza vertiginosamente hacia lo desconocido
martes, noviembre 10, 2009
500 Tambores por la Paz
Porque estuve ahi, se que nada es como estar ahi. El carnaval “500 Tambores por la Paz” se celebró este fin de semana en La Legua, y tuve el honor de participar. Anduve por más de tres horas bailando, enardecido por el estruendo pemanente de los tambores, recorriendo las calles y los pasajes de la población más fatalmente mediática de Chile.
Por tres horas dejé de pensar en los problemas de la pobreza, la marginalidad, la exclusión, la violencia, el narcotráfico, la prostitución infantil, la violencia de género, la violencia intrafamiliar, la violencia callejera, y me entregué al frenesí provocado por la apabullante batucada. Levanté mis brazos, seguí el ritmo, bailé sobre el pavimento, hice rondas, tomé fotos y fui fotografiado, abracé y fui abrazado, corrí, sudé, fui refrescado por mangueras solidarias, y experimenté la pertenencia a un cuerpo mayor, a una sensación de grandeza inimaginable, a una vida poderosa que pasaba a través mi, por el tam-tam, por el viento de esa tarde, por el pavimento retumbante. Por unas horas, fuimos uno. Y sus emociones pasaron a través de mi. La rabia, la ira, la indignación, el furor, potros salvajes contenidos por una voluntad férrea, por el espíritu del grupo aherrojado por su destino. De sus corazones inflamados salía incendiando las miradas, galvanizando los brazos, sincronizando con perfecta disciplina el golpe sobre los tambores. Convirtiendo la rabia en indignación, la indignación en protesta, la protesta en propuesta. Fue un acto litúrgico, un exorcismo para ahuyentar los demonios que infectan sus calles, sus plazas, sus patios y sus casas; una propuesta de humanidad madura que elige un camino responsable para derrotar a sus enemigos, sin fugarse en la droga ni en la violencia. Por tres horas, estuve ahí, y lo que viví cambió mi vida para siempre.
Yo creía, yo había elegido creer, que poner dinero era como estar ahí. Mentira. No es ni remotamente como estar ahi. Podría haber regalado todos mis bienes materiales y jamás habría sabido lo que es tener en mis brazos a una niña abusada que se duerme plácidamente en mi regazo, recuperando la confianza en un adulto, que la protege con el simple gesto de abrazarla. ¿Cómo habría podido comparar los inmensos ojos de sorpresa de José cuando descubrió que el agua del mar era salada? ¿Cómo habría aprendido que darse no tiene nada que ver con dar? Es verdad que para todas estas cosas el dinero es necesario. Pero no es lo mismo dar que darse. Te la debo, María José, tú me dejaste planteada la inquietud. Tus palabras se instalaron en mi espíritu y cambiaron la dirección de mi vida, llevándome con vueltas y recovecos hasta los niños de la Yungay y, con ellos, a los 500 tambores por la paz. Y ahi supe quién soy, y para qué vivo.
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