Ha pasado una montaña de tiempo. Más que tiempo, lo que ha habido es sucesos, acontecimientos, que culminaron en la partida de mi hija mayor, Anaí, a estudiar a Australia. La despedida se me hizo muy cuesta arriba; yo, que no soy mas intuitivo que un ladrillo con pelos, no he dejado de pensar que su viaje se prolongará mucho más allá del período de estudios que lo provocó.
Y en una circunstancia así, no puedo dejar de pensar en lo dicho y no dicho. En los inevitables errores cometidos, en las palabras omitidas, en los abrazos hurtados, que adquieren en este contexto un peso definitivo. Ahora camino como arrastrando una pesada carga.
No tengo muchas ganas de hablar, ni de escribir; es como un tiempo de reflexión, una búsqueda a veces desesperada de cerrar los procesos que quedaron inevitablemente abiertos con la separación. Tengo que aprender a vivir con ella de otra manera. Y gracias a estas tecnologías, creo que lo estamos haciendo bien... mejor que antes por lo menos.
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