Confesiones de un inmigrante asumido, un intruso en el mundo digital, un experto en exclusiones, dispuesto a hacerse un lugar en un mundo que se desliza vertiginosamente hacia lo desconocido
miércoles, julio 08, 2009
Una foto muy reveladora
La encontré en el facebook del "Tallo" Canobra. Yo debería tener una copia, pero la he perdido en alguna parte, hecho nada trivial por lo demás.
Henos ahi, 46 chicos bordeando los 10 años, recién ingresados la Escuela Anexa, 5ª preparatoria, del Instituto Nacional. Todos procedentes de distintos colegios del país, en los que fuimos alumnos destacados, y vencedores de una dura competencia con otros mil o más muchachos deseosos de llegar al "primer foco de luz de la nación"
Allí está el que sería nuestro mentor, el profe Alejandro Ruiz Battory. A su izquierda, Juan Carlos Alegría; a su derecha, yo. Una de nuestras primeras lecciones fue una práctica de civismo: elección de mesa directiva; de entrada, el Instituto nos mostraba su ADN republicano, con el que nos infectaría de por vida. Y la experiencia cívica fue sorprendente porque a la hora de proponer candidatos, dos nombres surgieron y se instalaron: Juan Carlos y yo. Nos conocíamos apenas de unos pocos días "¿Por qué yo?", pensé con una sorpresa que se iba haciendo acompañar por vanidoso orgullo. El estrecho resultado final hizo que "Ruiz" propusiera que alternáramos los cargos de presidente y vice-presidente por medio año cada uno. Así fue acordado y asi se hizo.
Mi ejercicio significó para mi un grueso bochorno. Mis estrategias vitales hasta ese momento se habían centrado en evitar la exposición y ocultar cualquier virtud que pudiera poseer. Lo habia practicado tanto que ya ni siquiera creía contar con alguna virtud propia del liderazgo público. Dubitativo, vacilante, refractario a tomar decisiones, pronto el grupo se dio cuenta que no habia conducción, el desorden se instaló en nuestros "consejos de curso" y, a su turno, el cambio de roles fue más que bienvenido.
El resultado de esta exposición pública no hizo más que confirmar la validez de mi estrategia de mantenerme en bajo perfil, ojalá invisible. En el fondo había conseguido mi propósito más oculto: confirmar mi estrategia defensiva y seguir resistiendo mi miedo al fracaso,a la agresión y al desprecio. Lo había conseguido, si, y de un modo tan contundente, que la había reforzado con hormigón armado de la más densa especificación. De ahi en más, los ocho años institutanos serían un ejercicio de sobrevivencia con el mínimo indispensable, el "cuatrero" profesional, el rebelde que desprecia toda la institución, se burla de todos sus consejos, explora todos sus intersticios, se instala en sus límites y los cruza con desdén. Mi modelo de conexión con el mundo encontraba ahi su madurez: incapaz de perder un duelo, lo eludo machacando con brutal ironía tanto al rival como a la institución misma del desafío. Furiosamente encerrado en los libros, gano y gano vocabulario, distinciones lingüísticas que convertiré en aguzados estiletes de la sátira verbal.
Me falta conectar todo esto con el origen de la estrategia. Y es una historia que ahora conozco, pero que merece una página aparte. Y lo que viene desde esta foto en adelante será más de lo mismo: más sofisticado, más recursivo, más complejo, más elaborado y a veces hasta más elegante, pero siempre lo mismo. Hasta ahora.
Y sigue ahí, como aceitado mecanismo, listo para saltar en respuesta al estímulo adecuado. La única diferencia es que ahora lo conozco. Y a veces, cuando veo venir la provocación, le trabo el gatillo. Es un juego. Cuando lo hago - trabar el gatillo - una aterrada parte de mi salta en mi interior y me golpea justo en el esternón con una delgada y poderosa línea de dolor: el miedo. Otra parte de mi, asombrada, ve venir el dardo y mira la respuesta desarticulada. Es un segundo de silencio. De pronto toda la algarabía de la mente se queda congelada, en silencio mortal, como cuando en el último segundo del último cuarto un jugador lanza la bola hacia el cesto desde la mitad de la cancha para buscar el punto definitorio y todo el estadio se queda de pie, boquiabierto, sin aliento, viendo a esa pelota recorrer los últimos 2 segundos de partido, como si un sonido cualquiera - una tos, un grito - pudiera abatirla como un misil.
Y entonces llega. Un empujón brutal, un golpe aleve. La suma de los miedos. El infierno tan temido directo al mentón, el paraíso tan querido al borde de la desaparición. ¡Llega el golpe!. Y entonces...
Nada. Asombrosamente nada.
Y, sí, asombro.
"¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?" escribió el apóstol Pablo. Para mi, tiene todo que ver con esto.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Que bueno que retomaste tu blog, Andrés. Lo echaba de menos. Y este relato me deja sin aliento, realmente conmovedor. Muchas gracias por compartirlo.
Publicar un comentario